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ISSN 2314-2138 (impreso) / ISSN 2314-1530 (en línea)

DebateUniversitario/Vol. 10 Nº19(Noviembre2021) 39


Semblanza de Juan Carlos Del Bello, por Mario A. J. Mariscotti, publicada en la Revista

Ciencia e Investigación Reseñas en la colección “Autobiografías de prestigiosos investigadores argentinos” (Tomo 9 N°21, AAPC, Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias)


Mario A. J. Mariscotti


Me dijeron que Juan Carlos sugirió mi nombre para esta presentación. ¿Me sorprende?, un poco; me complace, sí, mucho. Juan Carlos como él mismo se define, fue desde joven un “militante” con una clara vocación por el trabajo político y social y como es natural en general estaba rodeado de amigos de la militancia. Yo era sapo de otro pozo. Que me invitara a colaborar primero en el Consejo Federal de Educación, luego en el FOMEC y finalmente –uno de los más lindos desafíos en mi vida no académica– en la SECYT y en particular en la Agencia, motiva en mí la admiración por uno de sus más salientes atributos: su compromiso con la pluralidad y el respeto por el pensamiento ajeno. Por supuesto este rasgo de su personalidad no se manifestaba solamente en mi persona: lo he visto aplicado en todas las circunstancias donde debió elegir colaboradores priorizando la calidad, cuidando a la vez el equilibrio de género, de áreas del conocimiento y de territorialidad.

Juan Carlos es un reformador-ejecutor como pocos. Mencioné el FOMEC como una de las actividades que realicé como miembro de su Consejo Asesor, pero la lista de cosas que hizo es larga incluyendo la CONEAU, el incentivo docente, el FONTAR y la reorganización del sistema de CyT. Posiblemente la manera más espontánea y sincera de describir a Juan Carlos sea recordar episodios del período 1996-99 en que colaboré con él día a día en la SECYT y en la Agencia, experiencia que recuerdo con mucho agrado aun cuando como en todas las cosas siempre hay

momentos complicados.

En julio del 96 recibí su llamada; acababa de ser designado Secretario de CyT y me pedía que lo acompañara en esta gestión. Tuvimos una primera reunión que nos permitió ver que estábamos de acuerdo con un decálogo que le llevé, y me encomendó que pensara en el mediano plazo. Él tenía un montón de cosas urgentes que atender (la intervención del CONICET la más inmediata y comprometida). El rumbo lo tenía muy claro. Dos días después se definieron los pilares de la gestión: objetivos y organización del Sistema de CyT; aseguramiento de la calidad; estabilidad “dinámica” (consenso y mejora continua), y pasaje ordenado y cuidando lo que se tiene hacia un nuevo estado de cosas. Una semana después se convocó a un grupo de personas de prestigio y de pensamiento diverso para comenzar el trabajo de reflexión sobre el sistema de CyT. Ese primer grupo incluyó gente que se podría suponer distante del pensamiento político de Juan Carlos como Andrés Stoppani o Ricardo López Murphy y se reunió en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ANCEFN) un ente con pocos simpatizantes hacia el nuevo Secretario. Este espíritu abierto que siempre lo distinguió estuvo también presente en la conformación de las 6 comisiones que se armaron, involucrando a más de 100 científicos, tecnólogos, economistas y empresarios. El trabajo de estas comisiones se realizó en un mes (realmente un record de trabajo en colaboración) y se volcó en Las Bases para una Discusión de una Política de CyT (SECYT 1996). No se trató de un ”plan estratégico” (con los defectos usuales de enumerar lo realizado y confeccionar la lista de buenos deseos con la sumatoria de los anhelos de todos sin fijar metas, cronogramas ni recursos), sino de definiciones bastante fuertes sobre evaluación del trabajo científico y tecnológico, la separación de funciones políticas, promoción y ejecución, y criterios éticos definiendo las “reglas de juego”. La ejecutividad de Juan Carlos y su vocación transformadora atendiendo a distintas visiones, se completó en esta etapa con un ambicioso Taller internacional que se realizó en septiembre de ese mismo año en el Hotel Las Américas de calle Libertad.


A continuación Juan Carlos encaró la reforma del CONICET con su acostumbrada energía (si mal no recuerdo el CONICET tenía entonces 3 direcciones nacionales y 7 direcciones simples y esta sobredimensionada estructura fue reducida en pocas semanas a sólo 3 gerencias, algo no fácil de hacer en la administración pública). Las desmesuras burocráticas, el casi cero presupuesto para la financiación de proyectos de investigación (menos del 2% del presupuesto total), la multiplicidad de programas unipersonales, todo esto requería una revisión. La reacción opositora a cualquier modificación de la estructura del CONICET se hizo sentir enseguida. Fue duramente atacado (fuimos). Recuerdo un pasquín anónimo quincenal que decía de todo de él y de mí. Sospecho que él estaba más acostumbrado que yo a estas cosas. Pagué un precio por participar de su gestión: en aquel tiempo presidía la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales donde la mayoría de sus miembros eran del CONICET. El distanciamiento que se produjo a partir de mi vinculación con la gestión de Juan Carlos se hizo sentir en las reuniones plenarias que me tocaba conducir.


Ayudé a Juan Carlos a componer el Decreto de reorganización del CONICET. Todos los días repasábamos una nueva versión, nos llevábamos tarea para la casa y al día siguiente nueva revisión (en mi archivo tengo 13 versiones). A mi modode ver, además de muchas claúsulasreferidas al aseguramiento de la calidad en todas las actividades de lainstitución y requisitos para la creación de nuevos institutos, una de lasmedidas más innovadoras (hoy díaparece trivial pero en su momento fue también criticada) fue el establecimiento de un sistema eleccionariopara constituir el Directorio aprovechando que el CONICET tiene su propia “constituency”. La otra reforma tan criticada como las otras o más fue la inclusión en el Directorio de representantes del agro, de la industria, de las universidades y de lasprovincias.


Pero por encima de todo se hacía evidente la necesidad de fortalecer la capacidad de financiar proyectos de investigación sin privilegios de afiliación. En aquellos años era tan poco que le quedaba al CONICET para atender esta responsabilidad que lo poco que había se dividía por N (número de aplicaciones), distribuyendo montos ínfimos sin evaluación de ningún tipo y casi exclusivamente para los investigadores propios. Una tarde de noviembre de ese año estábamos reunidos en la sala de Directorio del CONICET en la calle Rivadavia con la presencia de Francisco de la Cruz (quien heroicamente había aceptado venirse de Bariloche para hacerse cargo de la nueva Gerencia de Evaluación). Allí surgió la idea de una agencia independiente cuya función exclusiva sería la financiación de proyectos mediante sistemas de evaluación robustos. Juan Carlos tomó la decisión y allí comenzamos una nueva ronda de versiones de lo que finalmente fueron los decretos 1660 (creación de la Agencia) y 1661 (reorganización del CONICET). Las críticas se multiplicaron: “la aviesa intención de Del Bello es destruir el CONICET”; “el presupuesto del CONICET va a la Agencia”, y cosas por el estilo.

La ejecutividad (y habilidad) de Juan Carlos fue aplicada inmediatamente para conseguir un refuerzo presupuestario para el CONICET y dinero “fresco” para el FONCYT (el nuevo fondo para la investigación científica de la Agencia). Este dinero salió del préstamo del BID destinado al FONTAR. Recuerdo a Juan Carlos convenciendo a los funcionarios del BID de que esta transferencia de fondos sería muy importante para la modernización tecnológica del país, objetivo original del FONTAR cuando desde el Ministerio de Economía lo concibieron con Llach en 1994. El dinero destinado al primer concurso PICT significó un incremento de 25 veces respecto a los montos otorgados en los años previos. Al año siguiente se incrementaron 2 veces más. En un país donde la burocracia es tan pesada y los recursos tan exiguos, no es poca cosa conseguir esto en un par de meses.

Hay numerosos ejemplos de esta capacidad de Juan Carlos para imaginar nuevos instrumentos de progreso y ejecutarlos exitosamente, que naturalmente no puedo comentar en este espacio. Pero sí voy a mencionar otro episodio que es muy ilustrativo de su poco común talento para moverse en la administración pública. En esos años Argentina pagaba unos 11 millones de USD anuales a Canadá por el alquiler de agua pesada para Embalse, mientras que la planta de agua pesada de Arroyito estaba parada. ¿Por qué no poner a funcionar la planta y usar la producción local de agua pesada y dejar de pagar un alquiler a Canadá? Parecía obvio que eso era lo que había que hacer, pero la situación se venía arrastrando por años. Fue una cuestión de un mes o dos para Juan Carlos conseguir fondos para financiar la puesta en marcha de Arroyito, concluir con los pagos a Canadá y poner a trabajar gente ociosa en una planta que aun parada consumía mucho dinero.

La gente reformadora y ejecutora suele ser impetuosa y este es otro rasgo que en honor a la verdad no debería ignorar esta semblanza de Juan Carlos. A la distancia también me trae lindos recuerdos aunque en su momento causaron cierto desconcierto. Una cosa es el ímpetu reformista y otra es la acción impulsiva que a veces trae consecuencias no deseadas. Pero cuando hay integridad e hidalguía estos episodios terminan resolviéndose bien. Esta observación va de la mano de otra por lo cual estoy también agradecido a Juan Carlos y es la extrema consideración que él siempre tuvo conmigo respetando mis opiniones y puntos de vista, en particular en esos momentos de vehemencia.

Termino acá. Es evidente que tengo un gran aprecio y admiración por Juan Carlos. Por esa “militancia” que mencionaba al comienzo, creo que ha tenido menos reconocimiento de lo que merece. Nunca lo he visto actuar (idear, resolver, realizar) algo que no fuera en función del bien común. Su idealismo y talento reformador-ejecutor siempre estuvo orientado a construir una Patria mejor. Hizo muchas cosas y obtuvo innumerables resultados positivos para la ciencia, tecnología y educación en el país. Ojalá que esta modesta semblanza sirva para que sus aportes reciban el reconocimiento que merecen.